Ocho años después, Trump lo hizo otra vez

Artículo de mi autoría publicado originalmente en el portal www.elojodigital.com bajo el título: “Estados Unidos y Argentina: miradas sesgadas”, el 18 de noviembre de 2016, con motivo del primer triunfo de Donald Trump.

La irrupción de Donald Trump en la escena política internacional generó una conmoción de la que aún gran parte de los más prestigiosos analistas y periodistas de todo el mundo no parecen recuperarse. El triunfo del magnate -que le ha catapultado hacia la primera magistratura de la primera potencia del globo- ha representado un duro golpe para muchos de aquéllos. La totalidad de las convenciones conocidas hasta el momento quedaron ‘patas para arriba’. 

El análisis del escenario estadounidense fue completamente errado desde el inicio. En primer término, se optó por menospreciar a Trump; luego, el periodismo se decidió a burlarse de él. Y, ya en el mano a mano con su rival Hillary Clinton, por hacer hincapié en su discurso. Lo que jamás llegaron a consignar fue que el ahora presidente electo era un termómetro de la fiebre social de los ciudadanos estadounidenses. Y, en lugar de buscar explicaciones para las causas, prefirieron enfurecerse con la enfermedad

Una ponderable cantidad de periodistas argentinos también se hicieron partícipes del errorLo cual resulta llamativo, pues ya venían habituados: los Kirchner habían hecho de la negación de la realidad un estilo de gobierno. El caso más ilustrativo es el del INDEC: lejos de combatir la inflación, la anterior Administración argentina invirtió en metodologías desde las cuales destruir el termómetro.

Desde luego que sería un grosero desacierto analizar el presente estadounidense (y mundial) desde una perspectiva localA diferencia de la República Argentina, el país del norte no es un país hiperpresidencialista. Allí, las instituciones -en la mayoría de los casos- funcionan. Por lo que cualquier iniciativa presidencial es sometida a rígidos esquemas de contralor.

Si Trump se propone construir un muro en los tres mil kilómetros de frontera con México, antes deberá pedirle permiso al congreso. Con la deportación de inmigrantes ilegales, sucedería otro tanto: la Policía de Los Angeles, a través de su Jefe, avisó que ellos no van a deportar a nadie, al igual que un buen número de alcaldes. En tal sentido, el discurso electoral del republicano merecía -y merece- un análisis más riguroso.

Tal vez el mayor triunfo de Trump subyace en el hecho de haber blanqueado una situación sumamente delicada y políticamente incorrecta. La inmigración no sólo es uno de los grandes conflictos mundiales del presente, sino que se traduce en una problemática histórica. La humanidad en su conjunto posee una inocultable tendencia hacia la xenofobia y el racismo. Este fenómeno se observa en varios planos: desde los cánticos de una hinchada de fútbol, pasando por comentarios en la calle ante una marcha, hasta en el rechazo que genera en Europa las oleadas migratorias provenientes de Oriente Medio

La tolerancia de Barack Obama en este terreno fue duramente castigada por sus compatriotas.

En la Argentina, un Senador Nacional se hartó de que el país sea el ajuste social de Bolivia y delictivo de Perú, y lo manifestó públicamente (probablemente, a modo de globo de ensayo). Es moneda corriente escuchar quejarse a médicos residentes respecto a la ‘invasión’ de colegas colombianos que les ‘quitan‘ su trabajo. Así, pues, el gobierno de Mauricio Macri prepara un Decreto para reforzar los controles migratorios en las fronteras: renovación informática para detectar antecedentes y pedidos de captura, creación de celdas especiales para alojar a quienes violen las leyes migratorias,  y cuestionarios más complejos sobre el motivo de la entrada al país -son algunas de las medidas en estudio.

Hay un dato que no debe pasarse por alto, aunque poco y nada se dijo al respecto.

Durante los ocho años de la Administración de Obama, se deportó a dos millones y medio de inmigrantes sin papeles con antecedentes penales. 

En la reciente entrevista con el programa ’60 minutos’, el Presidente electo prometió deportar a tres millones de personas. Las cifras no sólo no difieren tanto, sino que además el mandatario saliente fue llamado burlonamente ‘Deportador en Jefe’, al conocerse que nunca en la historia del país una Administración expulsó más gente como en sus dos períodos.

Llamativamente, no pocos gobernantes se aferran a un ideario progresista, sin importar que las estadísticas les muestren lo contrario.

La propia historia estadounidense certifica que el país ya había atravesado períodos turbulentos. Aunque los motivos de insatisfacción social pasaban por carriles distintos a los actuales. Lo que ahora son demandas económicas y laborales; hace más de cien años era la corrupción. A comienzos del siglo pasado, nacieron los periodistas llamados ‘muckrakers‘. Fue, lisa y llanamente, los orígenes de lo que hoy se conoce como periodismo de investigación y de denuncia.

Quizá su texto más célebre haya sido ‘La traición del Senado’ donde, a través de nueve informes, su creador, David Graham Phillips, denunció las prácticas corruptas de los representantes de los Estados. Válido es aclarar que, en aquella época, los legisladores ya no eran elegidos por el voto popular, sino a través de distintos nombramientos. Por lo general, en vez de representar a su pueblo, patrocinaban los intereses de las grandes compañías que iban surgiendo a lo largo y a lo ancho de la República.

Por entonces, el periodismo logró convertirse en el portavoz de los indignados. Hoy, se ha hecho todo lo contrario. Los candidatos presidenciales no deben discutirle al electorado, sino comprenderlo. En ese terreno, Trump supo desempeñarse mejor -a contramano de su rival Hillary Rodham y la inmensa mayoría de los medios de comunicación. 

Por debajo del discurso alocado del republicano, corría a gran velocidad una corriente de insatisfacción social. Todo mundo prefirió hacer oídos sordos. Poderoso llamado de atención -si los hay- para comunicadores y dirigencia política. La desesperación que hizo posible el triunfo del magnate inmobiliario no parece diferente al fenómeno del ‘Que se vayan todos’ argentino. Pero habría margen para la incógnita: si la sociedad abrió paso a la victoria de un outsider, ¿gozará el mandatario electo de un amplio margen de maniobra?

En concreto: durante las últimas décadas, la sociedad estadounidense ha venido dando forma a un reclamo que permitió el surgimiento de Trump. A veces, las pequeñas historias son las que marcan el pulso de lo que puede venir en el futuro inmediato. Así lo cifra el periodista George Packer en su libro ‘El desmoronamiento. Treinta años de declive americano’:

‘Recorría las calles de asfalto resquebrajado, asombrada aún por los baches y el silencio de aquel lugar en otro tiempo rebosante de vida. La ciudad se había desvanecido (…) Desde 1920 hasta 1977 se habían levantado infinidad de acererías: Republic Steel, U.S. Steel, Youngstown Sheet & Tube. Los altos hornos que funcionaban 24 horas al día, las tabernas atestadas, el rugir de los vagones. La ciudad era próspera (…) Pero el lunes 19 de septiembre de 1977, se anunció el cierre de Sheet & Tube (…) En los recuerdos que apuntó en un cuaderno, escribió: Cierre de las acererías. La ciudad empieza a venirse abajo, como si un cáncer la estuviese matando lentamente. La decadencia comenzó poco a poco’.

A contramano de lo que muchos piensan, el mundo se ha vuelto un lugar sumamente interesante.

Pablo Portaluppi

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