Estos últimos meses en que se profundizó la puja entre el gobierno nacional y las autoridades universitarias, quedó expuesta una lamentable realidad: la existencia de un flujo constante de información superficial genera que muchos estudiantes no logren desarrollar un análisis crítico y así, formar opiniones objetivas.
Por un lado, el presidente Javier Milei repite una y otra vez que “no está en riesgo el no arancelamiento universitario” y que “se pretende auditar el uso de los recursos que todos los ciudadanos aportamos a través de nuestros impuestos”. Por el otro, se ha instalado que la pretensión real es “destruir la educación pública y atentar contra la autonomía”.
En este contexto, era esperable la postura de la izquierda u otras agrupaciones políticas radicales o kirchneristas, incluso la de muchos rectores que transitan por sus ciudades en autos con chofer y que a lo largo de décadas han utilizado el presupuesto a su cargo para firmar contratos de dudosa utilidad educativa, actuar de intermediarios entre intendentes y empresas para firmar convenios millonarios, designar militantes o utilizar los fondos para sumar a las cajas partidarias.
Pero, por otro lado, crece la preocupación por una tendencia cada vez más evidente:
Las nuevas generaciones tienen dificultades para analizar, cuestionar y formarse opiniones objetivas sobre diferentes temas. Esta falta de pensamiento crítico, crucial para la vida profesional y cívica, se ha convertido en una de las mayores problemáticas educativas de la actualidad.
Un factor determinante en esta crisis es el impacto de las redes sociales y el consumo masivo de información digital. A través de plataformas como TikTok, Instagram y X (antes Twitter), los jóvenes están expuestos a un flujo continuo de información que a menudo carece de verificación y objetividad.
Tampoco es garantía la “bajada” que hacen periodistas de medios tradicionales que responden a intereses sectoriales o simplemente, toman cualquier tema que ponga en riesgo la imagen del gobierno. Este contenido presenta opiniones subjetivas e ideologizadas, noticias parciales o teorías no fundamentadas que moldean sus perspectivas sin un análisis crítico.
Sin las herramientas necesarias para evaluar la calidad de la información que reciben, los estudiantes pueden llegar a considerar ciertas ideas o fuentes como válidas solo porque son populares o frecuentes.
Esto afecta su capacidad para discernir lo que es veraz y relevante, y dificulta su habilidad para establecer opiniones objetivas sobre temas complejos.
La falta de habilidades para identificar y gestionar sesgos cognitivos también juega un rol importante en este déficit de pensamiento crítico. Los estudiantes tienden a interpretar la información de acuerdo con sus propias creencias y experiencias previas, lo que limita su apertura hacia puntos de vista diferentes.
En el aula, esta tendencia se traduce en discusiones menos enriquecedoras, donde los estudiantes prefieren defender sus ideas sin considerar otros ángulos o fundamentos. En un grado más extremo, genera graves hechos de violencia contra quienes piensan u opinan distinto, como hemos podido observar a través de los medios o en redes sociales.
Algunos estudiantes llegan a la universidad sin haber sido formados en habilidades informativas sólidas, es decir, sin conocer las herramientas y los criterios necesarios para verificar y analizar datos. Esto se vuelve un problema cuando deben investigar, ya que pueden enfrentarse a fuentes que presentan datos sesgados o interpretaciones parciales de la realidad. La falta de formación para identificar estos aspectos debilita su capacidad de evaluar el material y entender su verdadero valor.
Una de las primeras situaciones con las que se encuentran los profesores de los primeros años del nivel superior es que los estudiantes no distinguen entre opinión y evidencia. Aceptan un argumento sin analizar su fuente o la calidad de los datos en los que se basa.
Ante este panorama, es crucial que las escuelas secundarias y las instituciones de nivel superior como las universidades, refuercen la formación en pensamiento crítico y análisis objetivo, introduciendo temáticas específicas que enseñan a los estudiantes a desarrollar habilidades para evaluar argumentos y verificar la validez de la información. Actividades como los debates estructurados, el análisis de casos y la argumentación basada en evidencia han demostrado ser efectivas en el desarrollo de estas competencias.
Asimismo, la exposición a diferentes perspectivas y la práctica de la empatía intelectual resultan fundamentales. Cuando los estudiantes tienen la oportunidad de escuchar y discutir puntos de vista distintos al propio, amplían su comprensión y aprenden a considerar otros aspectos en sus análisis, lo cual es fundamental para un pensamiento crítico sólido.
La falta de habilidades de pensamiento crítico y objetividad en los estudiantes universitarios tiene consecuencias profundas en su desarrollo personal y profesional.
En un mundo cada vez más interconectado y lleno de desafíos, la capacidad de analizar, cuestionar y formarse opiniones objetivas no es solo una herramienta académica; es una competencia clave para tomar decisiones informadas y para participar de manera activa en la sociedad.
Formar a los jóvenes para que analicen la información de manera crítica y objetiva no es solo una responsabilidad educativa, sino una necesidad urgente para el futuro de la sociedad. Las universidades y la sociedad en su conjunto deben trabajar para desarrollar en los estudiantes la capacidad de ver más allá de lo aparente, evaluar con profundidad y formar opiniones bien fundamentadas sobre el mundo que los rodea.
Prof. Luis DISTEFANO
Director de www.profe.ar
@DistefanoLuis en X