Coaliciones políticas: ¿Moda o modernidad?

El juego de las coaliciones modifica la combinación de variables en el
sistema político general. Si bien el aumento de la participación política a
través de la ampliación del sufragio en un proceso secular significa un salto
cuantitativo en la mejora de las sociedades «democráticas», la participación
política por medio de las coaliciones implica un cambio cualitativo en el
grado de solidaridad dentro del sistema político, y, en la medida que la
confluencia de partidos provoca una fortaleza en la acción, el campo político se expande
progresivamente sobre nuevas capas sociales, que ven allí representados sus intereses. En las primeras elecciones que participa la Conjunción republicano-socialista española no sólo aumenta  considerablemente el número de votantes, sino que, además, todos ellos, incluidos los recién llegados,
están inmersos en el espíritu de la coalición.

El grado de participación política afecta también a los líderes políticos.
El pacto de partidos significa el reparto del poder interno de la nueva organización. Los líderes
democratizan la toma de decisiones en la cúspide, con lo
que se pasa paulatinamente de un liderazgo carismático, único, si el partido
no está controlado por las bases y se asumen referentes más relacionados con
los sentimientos que con la racionalidad, a una pluralidad de líderes que
necesitan pactar acuerdos de carácter democrático ante los contrapesos y
desequilibrios que se efectúan dentro del Comité ejecutivo de la coalición.

En el plano organizativo, la coalición forma un haz de relaciones entre
bases múltiples, comités locales diversos, grupos parlamentarios o ministros
de distinta procedencia que necesariamente han de quedar racionalmente explicitadas y en donde
las decisiones se tomarán por mayoría. Sobre la base
del pragmatismo y la democratización, el idealismo y el realismo se combinan
sin que sepamos muy bien dónde discurrirá la vida interna de las organizaciones y su incidencia
sobre la escena política. ¿En qué dirección se desarrolla el caudillaje en los partidos bajo la presión de la democratización y la importancia creciente de los
políticos profesionales, los funcionarios de partido y
los interesados, y qué repercusiones tiene esto sobre la vida parlamentaria?.

Desde otro ángulo, los sistemas multipartidistas han sido considerados,
debido a la pluralidad de intereses a representar, como estructuras favorecedoras de la
inestabilidad política, sobre todo al ponerlos en comparación con
los clásicos bipartidismos. Algunos autores (Blondel, Lowell, Laski y Duverge) incluso creen que la
estabilidad de un sistema político es función de la
sólida mayoría que sustenta el gobierno, de la existencia de un reducido
número de partidos consolidados en la oposición y de la mínima representación
parlamentaria de las fuerzas antisistema.

Estos principios suponen que la agrupación de fuerzas para el ejercicio
del poder es un factor no deseable para la estabilidad por el riesgo de descomposición siempre
existente. No obstante, recientes investigaciones subrayan que
las alianzas políticas en todos sus niveles estabilizan la actuación política,
máxime en régimen de multipartidismo, donde incluso se puede llegar a un funcionamiento
práctico multipartidista. Considerando como factor constitutivo del sistema político su
estabilidad, se fomentará ésta, ante una posible
crisis de la coalición sobre la que se apoya el poder, si creamos un mecanismo
de autorregulación para cambiar los integrantes de las coaliciones, sin que el
poder sufra un cambio radical. Como señala Colliard, en los actuales regímenes parlamentarios,
el jefe del ejecutivo posiblemente dimitirá antes de sufrir
un rechazo si sabe que la mayoría que le apoya ha entrado en descomposición.
La dimisión servirá para gestionar a través de negociaciones su posible reelección con una nueva
mayoría. Con ello se consigue no avivar la tensión política
de las Cámaras parlamentarias y el mantenimiento del funcionamiento del
sistema, aun a costa de sustraer la política de su verdadero foro de discusión.

Estas consideraciones las creemos perfectamente relevantes a la hora de
estudiar el mundo de la política en el siglo xx, que si bien camina a veces por la senda de la irracionalidad, otras lo hace hacia la racionalización burocratizada. Las
coaliciones representan un elemento más de esta última dinámica. En suma, la conjunción de
distintos grupos sociales o políticos para la
consecución del poder o para influir en él hace más complejo y técnico el
proceso de toma de decisiones tanto dentro de la coalición como en las
estructuras del Estado.

La base integrada en el sistema se amplía racionalizando y democratizando la acción política. Y, como reflejo de todo lo anterior,
la búsqueda de soluciones se extiende a un número mayor de problemas.

Tener una teoría de las coaliciones para el gobierno democrático resulta imprescindible y, sin
embargo, la teoría clásica de las coaliciones sólo se preocupó de pronosticar gobiernos, mientras
que abandonó lo más importante, es decir, el estudio del liderazgo, de los partidos, del sistema
de partidos y de la política, en general. Es preciso que la teoría de coaliciones responda a
preguntas claves que afectan al conjunto del sistema político.

Y las respuestas que la teoría de las coaliciones nos proporcione deben mejorar la
teoría de la democracia en un marco multipartidista. Por tanto, coaliciones políticas y
democracia son categorías que no se entienden por separado, especialmente en aquella
democracia que incentiva la cooperación en las diferentes esferas de la vida política.

JULIANA SANTILLÁN

Diseño y Gestión en Políticas Públicas

@SantillanJuli1

 

 

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