En Argentina, como en muchos países, las políticas educativas reflejan y responden a las dinámicas sociales, culturales y políticas vigentes.
El sistema educativo argentino enfrenta serios desafíos como la desigualdad en el acceso a una educación de calidad, la ausencia de límites claros y su consecuencia: la violencia y la falta de respeto permanente, el facilismo como línea de trabajo afianzando la “cultura del todo es lo mismo”, problemas de infraestructura y la falta de recursos en algunas regiones.
Esto sin duda afecta la capacidad de transmitir valores sólidos y generar un sentido compartido de ciudadanía y ética.
Los medios de comunicación, las redes sociales, las familias y la comunidad también tienen una gran influencia en la formación de valores. Las políticas educativas no actúan en un vacío, sino que interactúan con estos otros elementos que también modelan el comportamiento y las creencias de las personas.
Los valores humanos son como el ADN de nuestra ética y moral, una especie de código compartido por culturas de todo el mundo que nos dice lo que es bueno y correcto. Son como nuestro GPS interno, orientándonos en nuestras decisiones y acciones diarias.
A nivel colectivo, estos valores nos impulsan a avanzar como sociedad, construyendo un mundo más justo y solidario.
Los valores personales son los que cada individuo considera importantes para sí mismo. Son el núcleo de nuestro carácter y personalidad. Son las pautas que definen a cada individuo en particular y guían su comportamiento y decisiones. Estos pueden incluir la honestidad, la integridad, la responsabilidad, la autonomía, la creatividad, la perseverancia y el respeto propio.
Los valores sociales son los que rigen nuestras interacciones con los demás. Son principios que reconocen y aplican los miembros de una comunidad para relacionarse entre sí. Valores como la empatía, la igualdad, la justicia, el bienestar común y la responsabilidad social fomentan la cooperación y la armonía en la sociedad.
La ética y la moral son términos que guardan relación con los valores, aunque en muchos casos se habla indistintamente de valores éticos y valores morales, estos términos no tienen el mismo significado.
Los valores morales están relacionados con lo que consideramos correcto o incorrecto en términos éticos. Son aquellos transmitidos por la sociedad, de una generación a otra, sobre lo que es correcto o incorrecto. Pueden variar a lo largo del tiempo y, en algunos casos, pueden estar determinados por una doctrina religiosa. Valores como la solidaridad, el respeto a la vida, la lealtad o la honestidad son muy importantes en entornos sociales.
Los valores espirituales están ligados a la búsqueda de un propósito más elevado y pueden estar relacionados con la fe, la paz interior y la compasión.
La falta de límites y sanciones influye en la pérdida de valores, tanto a nivel individual como colectivo. Los límites y las sanciones juegan un papel crucial en la formación de normas sociales, éticas y morales, y en la promoción de comportamientos que favorecen la convivencia y el respeto en la sociedad.
Los límites proporcionan una estructura clara para lo que se considera aceptable o inaceptable en una sociedad. Sin reglas claras, las personas pueden tener dificultades para entender cuáles son las conductas apropiadas, lo que genera confusión sobre qué valores deben seguirse.
Las sanciones refuerzan la idea de que las acciones tienen consecuencias. Sin sanciones, las normas pierden su peso y las personas pueden sentir que no hay consecuencias reales por comportarse de manera contraria a los valores establecidos.
Durante la infancia y la adolescencia, los límites y las sanciones ayudan a los jóvenes a desarrollar un sentido de responsabilidad y autodisciplina. Cuando estos límites no existen o no se aplican de manera coherente, los individuos pueden crecer con una sensación de impunidad o falta de responsabilidad personal, lo que puede erosionar valores como el respeto, la honestidad o la justicia.
Las sanciones no deben ser solo punitivas, sino también educativas. Enseñan no solo qué no hacer, sino también por qué ciertos comportamientos son importantes para la cohesión social y el bienestar colectivo.
En una sociedad donde no se aplican sanciones o donde los límites son ambiguos, se puede fomentar un relativismo moral, es decir, la creencia de que no hay valores absolutos y que todo comportamiento es igualmente aceptable. Esto puede llevar a la pérdida de referencias claras sobre lo que está bien o mal.
Si las instituciones (familia, escuela, sistema judicial, etc.) no aplican límites y sanciones de manera coherente, pierden autoridad moral ante los individuos, lo que puede minar el respeto por las normas y, por tanto, por los valores que estas promueven.
Cuando no se imponen límites claros, puede aumentar el comportamiento antisocial, ya que las personas no ven un costo asociado a actuar de manera egoísta o perjudicial para los demás. Esto puede afectar negativamente a los valores que promueven la solidaridad, la responsabilidad y el respeto por los demás.
La falta de sanciones adecuadas también puede generar injusticia, ya que aquellos que infringen normas pueden no enfrentar consecuencias, mientras que quienes las respetan sienten que no es valorado su comportamiento, lo que genera frustración y desilusión en torno a los valores sociales.
Las determinaciones asumidas por los responsables políticos de la educación en estas últimas décadas nos han heredado la sociedad del presente, pero el futuro se avizora aún peor.
La salida fácil es siempre culpar al docente que, como expuse en anteriores artículos, debe bajar la cabeza o alejarse de su vocación. Aclaro que no soy justamente un defensor corporativo de nuestra profesión, pero una cosa es poner en evidencia los que se hace mal y otra es responsabilizar a quien no tiene poder de decisión en las políticas que vienen generando los pésimos resultados educativos de todos los niveles obligatorios.
El populismo pedagógico influye las decisiones de los funcionarios de Provincia de Buenos Aires, pero también de CABA y de otras jurisdicciones. En esta materia no hay grieta partidaria.
Los que cuestionaban con razón a Axel Kicilloff cuando reformó el régimen académico de secundaria, aplaudieron estas semanas a la ministra de Jorge Macri por hacer lo mismo, pero con frases más bonitas, aunque sin dudas, alejadas del aula y de lo que piensan la mayoría de los que ponen el cuerpo todos los días…y ellos también, sin grietas.
Vale reconocer que muchos colegas que ideológicamente se encuentran cercanos al peronismo o kirchnerismo, cuestionan en las salas de profesores o pasillos la realidad de las escuelas bonaerenses. Lo mismo, pero a la inversa, sucede en CABA.
El facilismo pedagógico propuesto en ambas jurisdicciones contribuye significativamente a la pérdida de calidad educativa.
Una baja exigencia académica reduce la profundidad y complejidad de los contenidos curriculares para hacer más fácil la enseñanza. Los estudiantes no adquieren un conocimiento sólido ni habilidades críticas. Esto genera un aprendizaje superficial, que no fomenta el pensamiento crítico, la creatividad ni el análisis profundo.
Si los estudiantes no enfrentan desafíos significativos o si no se les exige un nivel de esfuerzo acorde a su capacidad, no desarrollan una ética de trabajo ni habilidades de perseverancia. Esto disminuye su capacidad para enfrentar dificultades en el futuro, tanto en el ámbito académico como en la vida personal y profesional.
La relajación de los criterios de evaluación buscando evitar la frustración o el fracaso a toda costa, sin exigir el cumplimiento de estándares mínimos, envía el mensaje de que el esfuerzo no es necesario para el éxito. Esto desvaloriza el mérito y puede fomentar una actitud conformista.
La promoción automática es un ejemplo claro de facilismo pedagógico. Si los estudiantes avanzan de nivel sin haber alcanzado los objetivos de aprendizaje, se acumulan vacíos de conocimiento que afectan su rendimiento futuro y su capacidad para comprender contenidos más avanzados.
El facilismo pedagógico evita la enseñanza de habilidades cognitivas esenciales como la capacidad de razonar, resolver problemas complejos, investigar y aprender de manera autónoma. Sin estas habilidades, los estudiantes quedan mal preparados para enfrentar los desafíos del mundo moderno.
Los procesos pedagógicos que no demandan esfuerzo y responsabilidad también limitan el desarrollo de habilidades socioemocionales, como la resiliencia, la tolerancia a la frustración y la capacidad para trabajar bajo presión o en equipo.
A su vez, afecta más a los estudiantes en contextos vulnerables generando una desigualdad en el acceso a una educación de calidad, ya que la simplificación excesiva de los contenidos puede ser vista como una forma de “adaptarse” a sus necesidades. Sin embargo, en lugar de reducir las brechas educativas, esta práctica perpetúa la desigualdad, ya que los estudiantes de entornos más privilegiados continúan recibiendo una educación más exigente.
Esto crea una desigualdad en las oportunidades futuras, ya que aquellos que han sido formados bajo un modelo de facilismo educativo estarán en desventaja frente a quienes han recibido una educación más rigurosa y desafiante.
Esta política aplicada por los funcionarios y defendida por numerosos especialistas en los medios de comunicación desmotiva a los docentes ya que sienten que su trabajo no tiene el impacto deseado o que las exigencias del sistema les impiden impartir una educación de calidad. Si se les pide “simplificar” su trabajo para que los estudiantes no fracasen o se sientan frustrados, esto puede llevar a una pérdida de vocación y pasión por la enseñanza.
Por otro lado, muchos estudiantes también pierden motivación al percibir que no se les exige o que el sistema educativo no les ofrece desafíos. Esto reduce su interés por aprender y los prepara de manera insuficiente para los retos académicos y profesionales.
El populismo pedagógico o educativo tiene un impacto a largo plazo en la sociedad, generando una disminución de la competitividad del país a nivel global. Una formación deficiente afecta tanto el desarrollo económico como el progreso científico, tecnológico y cultural.
Los estudiantes que no han sido desafiados adecuadamente durante su formación académica pueden tener dificultades para enfrentar las exigencias del mundo laboral o los estudios superiores, lo que limita sus oportunidades de crecimiento y éxito.
En conclusión, los límites y sanciones son esenciales para fortalecer y mantener los valores en una sociedad. Si se debilitan, la sensación de impunidad y la falta de responsabilidad pueden llevar a una erosión de los valores que promueven la convivencia pacífica, el respeto mutuo y la responsabilidad social.
A su vez, el facilismo pedagógico socava la calidad educativa al promover una enseñanza y evaluación superficiales, no fomentar el esfuerzo y el pensamiento crítico, y contribuir a la desigualdad.
Para mejorar la calidad educativa, es fundamental que los sistemas educativos ofrezcan desafíos adecuados y mantengan altos estándares académicos que preparen a los estudiantes para el mundo real.
Prof. Luis Distefano
Director de www.profe.ar
@DistefanoLuis en X
Un comentario
Excelente nota de principio al fin, Luis. Lamentablemente, este populismo educativo ya va teniendo un efecto dominó en toda la Argentina: Río Negro, Neuquén, Bs. AS y ahora CABA. No escucho a Padres Organizados ni a la Academia Nacional de Educación pronunciarse al respecto.
Muchas gracias.
Prof. Jorge Angelini